Delirio del confinamiento dosmilveinte

Yo quería hablar de flores porque me gustan las flores, coño. A pesar de tenerle una alergia terrible, lacrimógena y estacional, que me aplasta como cada primavera de mi vida, rápida y picando. 

Me gusta hablar de las flores como me gusta hablar del amor. Las flores las puedo tocar aunque hagan que mis manos se enrojezcan; el amor no lo puedo tocar (no de forma literal) pero aún así me escuece a veces.

Cuando hablo del amor hablo del amor al amor, es decir, el concepto tradicional, idílico y rancio está claro, pero la vivencia no tanto. Siento confesar que creo que mi amor al amor se ha esfumado. ¿He llegado a un tope? No lo sé, ahora mismo tampoco me apetece descubrirlo. Sólo puedo afirmar con seguridad y honestidad que me siento afortunada por todas aquellas personas que en algún momento me han hecho creer que existe el amor. Llevo un cuarto de siglo recopilando vivencias que no hacen más que ordenar mi cabeza y asentar los cimientos de mi rumbo. A veces pienso que cuando era niña me imaginaba siendo una mujer de veinticinco años muy diferente a lo que soy actualmente con esa edad; egocentrismos baratos y condescendencias impostadas fuera, soy mejor de lo que esperaba ser de pequeña.

Little Girl with Lipstick, Norman Rockwell (1922)





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