Paraíso artificial

El espejo parece haber fotografiado su cara, 
la de creer en la magia 
porque ha vuelto a oír su voz.

Dicen que no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo aguante, 
pero este mal se ha convertido en todo;
todo el bien que aportaba trasladarse al paraíso artificial,
el que escondía tras la sonrisa y guardaba en un abrazo. 
Todo lo que ha perdido cuando había logrado encontrase.
Se ha demostrado a ella misma que de lo peor se puede obtener un regalo. 
Claro, que sólo
 si quieres volver a hacer rabiar a la primavera con esas piernas, descalza, despertando a las flores y a los jóvenes cazadores de sueños rotos.

Un día escribió:
Abdica la curiosidad por los dedos que tamborilean en la ventana, por lo que suena en sus cascos, por esa mirada que me descubre huérfana de amor no correspondido.
Desaparecen las ganas, y aunque empieza a hacer calor, no me seducen brazos ebrios mendigando cariño, porque ya me tengo de abrigo para los cuatro días que quedan.
Porque desaparecen las ganas si no las comparto contigo.

Apura la cerveza y sale a bailar. 
Ha vuelto a asumir que el corazón no se le va a parar por mucho que le quiera. 
Ni somos tan jóvenes, ni tan sabios, pero ella no se va a dejar abofetear por la vida.
No es de piedra, tampoco vuela, y si no la pillas de buenas, mandará a la mierda a todos antes de que acabe la canción.

Adiós, primavera

El espejo parece haberla congelado una vez más, 
mojada en lágrimas
porque sabe que son felices sin ser.



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